jueves, 5 de abril de 2012

Despertar...

Quedaba cinco minutos. Sonó el vapor soltado sobre cabina. El tren estaba a punto de partir. ¿A punto de partir a donde?

Ni idea, al abrir los ojos y desaparecer la metáfora, se encontró de nuevo acostado, en su cama, junto a ella.
Una noche agitada, mucho paseo, mucha calle, mucho coger la mano, fuegos de artificio, risas, calor, bebida, llegar a casa y no dormir.

Respiró lentamente. No quería despertarla. Con apenas cuatro horas de sueño, y un perfecto día nublado, húmedo, iluminado por el sol indirecto que se filtraba entre las nubes, el descanso era la receta del día.

Se incorporó sobre la almohada, respiró su aroma, acarició su pelo con los dedos, y terminó de levantarse.
Ella se movió ligeramente. Él se acercó a la ventana, alzó los brazos y notó cómo uno a uno todos sus músculos recuperaban la movilidad. Los notaba, vivos, debajo de la piel.

Apoyando el codo en el marco, miró a través del cristal. La calle, vestida de sábado, aun húmeda por la lluvia nocturna, se sustentaba bajo el manto de nubes gracias al vapor que emitía el asfalto y la piedra caliente. La gente, apresurada, cruzaba la calle, leía el periódico, o simplemente caminaba en alguna dirección. Niños, familias paseando, animales de compañía, solitarios empedernidos y viajeros con mochila por casa.

Saldría por el desayuno, café, croissants, chocolate caliente, todo servido en bandeja de plástico común, con el logotipo de alguna cadena de cafeterías. Volvería corriendo, con una sonrisa por matrícula, puerta del edificio, escalones, primer piso, segundo, tercero, recibidor, llaves, -"buenos días"- y primer beso de la mañana.

Cuando despertó, buscó su pelo con los dedos, y encontró un sobre. Se incorporó, abrió el sobre y dentro encontró una tarjeta escrita a mano con tinta negra, en la que se podía leer - Te veo esta noche -.

Sonrió.


1 comentario:

  1. Momentos idílicos.
    Esa noche, estoy seguro, fue una de las más grandes.

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