jueves, 5 de enero de 2012

Publicidad de época...

Son las siete de la mañana, de un cinco de Enero particularmente primaveresco. En el exterior de la casa, estilo rústico, madera vieja y mojada, un manto blanco de nieve recién posada decora todo el valle.

Lentamente la actividad silenciosa del pueblecito de montaña se torna mañanera, con sonidos de ruedas de carro, animales que despiertan tras una gélida noche de nieve que cae sosegadamente, y una anciana que no aparenta su edad centenaria abriendo una pequeña ventana de marco de madera al frescor invernal que se cuela junto al aroma de tierra limpia.

El rocío de una hoja interfiere en el recorrido de un rayo de sol, que contrariado, curva su trayectoria hasta incidir con suavidad en la mejilla de una chica, de más o menos tu edad, con una sonrisa única y especial (¿y cual no lo es?)

Ella se lleva la mano a la cara. Tiene una mano fría. Se acaricia la mejilla, sonríe inocentemente, y se levanta.
Abandonando el banco de piedra, se dispone a caminar, y camino a la orilla de la laguna, una abubilla interrumpe su vuelo para echarle una mirada a tan agraciada criatura; que al igual que la abubilla interrumpe su camino, y convierte la mirada del ave en recíproca.

Camino abajo un cúmulo de nieve posada sobre una rama se desliza suavemente, hasta que con un brusco giro termina por caer al suelo. La nieve caída dibuja una forma irregular en el suelo, y en el mismo suelo se transforma en un poco más del manto blanco que acompaña a nuestra chica.

La forma del suelo se torna rectangular, hasta aparecer un frasco de perfume de la nada.

Mierda... maldita publicidad intensiva de Navidad. Que ganas tengo de que desaparezcas.


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